El Bosque de Fontainebleau. Un taller con las dimensiones de la Naturaleza. De Corot a Picasso
De Corot à Picasso.
El bosque de Fontainebleau desempeña un papel esencial, en la historia del arte del siglo XIX. A fines del siglo XVIII, ya se podía observar a Bruandet, vanguardista de la pintura "a partir del natural". Unos cuantos años más tarde, fue imitado en el mismo lugar por Bidauld, Aligny, Desgoffe, Brascassat, y sobre todo Corot, de vuelta de Roma o sobre el camino de Italia.
En 1853, Théodore Rousseau se instala en Barbizon y se hunde literalmente en este bosque donde había realizado sus primeros estudios, a partir de 1829. Aquí dibuja, bosqueja, pinta "indaga lo visible", arrastrando tras el a Diaz, Troyon, Dupré, Charles Jacque, Millet... toda una generación que iba a transformar radicalmente el arte del paisaje. Iban en búsqueda del motivo: árboles, rocas, arenas y lagunas, elegidos en un repertorio relativamente delimitado de las áreas, aquellas a las que el turismo en ciernes entonces identificaba, clasificaba, otorgaba estrellas.
Pronto se integraron a ellos los pioneros de la fotografía, Le Gray, Cuvelier, Balagny, en búsqueda de un estudio al aire libre.
Por los años 1860, Charles Gleyre envió aquí a sus alumnos para que hicieran sus primeras gamas: Renoir, Sisley, Bazille, junto con Monet, que elaboró en este lugar lo que se iba a convertir en el manifiesto de la vida moderna, El Almuerzo sobre la hierba. Los artistas extranjeros hicieron aquí una etapa obligatoria de su vuelta de Francia o de Europa; resumiendo, el bosque de Fontainebleau, descubierto por los escritores románticos en los años 1820, estaba de moda y, para los pintores, constituía un magnífico taller de tamaño natural, al que acudirían también Redon, Seurat, Derain, e incluso Picasso, en 1921.
No es de sorprender, pues, que haya nutrido la imaginación de tantos artistas, para los que fue la Galia, Alsacia, la Bohemia o también Judea o la Pampa. Este "resumen de todos los lugares posibles" iba a permitir al cinematógrafo naciente, cuya estética participa ampliamente de aquella de la pintura histórica, rodar aquí tanto la Vida y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo (Alice Guy, 1906) que Noventa y tres (Albert Capellani y André Antoine, 1920) o también los sueños de La inhumana (Marcel L'Herbier, 1923).
Esta exposición muestra una significante selección de pinturas, dibujos, fotografías y películas, realizados o inspirados por este bosque que resplandece mediante cualquier arte del siglo XIX.