Charles Cordier (1827-1905), escultor otros hombres y otros lugares
"Un magnífico sudanés apareció en el taller. En quince días hice su busto. Un camarada y yo lo transportamos a mi habitación, cerca de mi cama[...] yo no quitaba los ojos de la obra [...] la hice modelar y la envié al Salón [....]. Fue una revelación para todo el mundo artístico. [...] Mi género tenía la actualidad de un tema nuevo, la revuelta contra la esclavitud, la antropología en sus inicios... "
En 1847, el encuentro de Charles Cordier, tal como lo relata en sus Memorias, con Seïd Enkess, ex esclavo negro convertido en modelo, determina la orientación de su carrera. El busto, expuesto en el Salón de 1848 con el título de Saïd Abdallah, de la tribu de Mayac, reino de Darfour, llama la atención y, en 1851, la reina Victoria adquiere el bronce en la Exposición Internacional de Londres. En 1855, durante la Exposición Universal en París, el escultor expone una pareja de Chinos en bronce dorado, plateado y esmaltado, que será la primera manifestación pública de su interés por la policromía.
Cordier consigue fondos del gobierno para algunas misiones en Argelia (1856), en Grecia (1858) y en Egipto (1866, 1868), con el objetivo de "fijar los diferentes tipos humanos que están a punto de fundirse en un solo y mismo pueblo".
De sus estancias prolongadas en Argel y en El Cairo, o de sus viajes de isla en isla en el archipiélago de las Cíclades, trae bustos, medallones y estatuillas.
Estos retratos constituyen un aspecto notable de su obra. Numerosos bustos etnográficos, tales como el Niño kabil, la Morisca negra, la Mulata, sacerdotisa en la fiesta de sorpresas... fueron claramente descritos por el escultor como retratos de individuos encontrados durante sus misiones, incluso figuras históricas, como la Mujer de Hidra, representación retrospectiva de Lascarina Baboulina, heroína de la independencia griega, Giuseppe Garibaldi, el mariscal Randon, gobernador de Argel (1856), o incluso el explorador Savorgnan de Brazza (1904)...
Paralelamente, Cordier se orienta a la búsqueda decorativa empleando la policromía natural de los mármoles, principalmente el mármol ónix de Argelia cuyas canteras, explotadas en la Antigüedad, acaban de ser redescubiertas. Muestra asimismo cierta inclinación por los juegos de pátina del bronce (plateada, dorada o coloreada) y a veces emplea el esmalte. Este aspecto de su creación rompe con la blancura dominante de los mármoles expuestos en el Salón que él mismo crea regularmente. La escultura de Cordier, colorida, viva y a veces lujosa, incomprendida por algunos de sus contemporáneos, hoy es el testimonio de la diversidad de inspiraciones buscadas por los artistas del Segundo Imperio.
Por otra parte, como la mayoría de escultores de su época, Cordier participa en las grandes obras del Segundo Imperio: públicas (la Ópera, el Louvre, el Ayuntamiento) o privadas (para el barón , James de Rothschild en el castillo de Ferrières).
Autor de monumentos a Ibrahim Pacha en El Cairo y a Cristóbal Colón en México, entre sus aficionados figuran Napoleón III y la emperatriz Eugenia, que adquiere para su Museo chino en el castillo de Fontainebleau la Mujer árabe, tedero en mármol ónix y bronce plateado.
Los tipos argelinos, griegos y egipcios, y el trabajo sobre el color plantean forzosamente la cuestión del orientalismo. Aunque Cordier forma parte de esta generación que contaba entre sus filas a Fromentin o a Bida y buscaba recuperar la exactitud de los tipos, el Oriente del escultor no fue un paisaje pintoresco de artista viajero o de decorador parisiense, la propia metodología "científica" que sigue se opone a esta asimilación. Sin embargo, será difícil escapar a su siglo y a una fascinación cultural por otros lugares.
Efectivamente, en tres oportunidades, Cordier decide vivir en un entorno morisco: su taller del bulevar Saint-Michel en París (1864) y sus villas en Orsay (1867) y en Niza (1870), ambas destruidas hoy día. A fines del Segundo Imperio, deja París para establecerse en un primer momento en Niza, y más adelante, a partir de 1890, en Argel donde pasa sus últimos años.
Esta es la primera exposición dedicada a Cordier y se articula alrededor de seis secciones. Los inicios del escultor y la abolición de la esclavitud son evocados por sus dos primeros bustos etnográficos: Saïd Abdallah y la Venus africana, ofrecidos por la reina Victoria al príncipe Alberto en 1851, y por una obra emblemática: Amaos los unos a los otros (1867), que celebra la amistad entre los pueblos. La sección de obras antropológicas de Charles Cordier presenta la serie completa de los bustos del laboratorio de antropología del Museo del Hombre, acompañada de otros bustos y estatuillas inspirados en los habitantes de Argelia, de Grecia, de Italia y de Egipto.
Una selección de fotografías y de daguerrotipos etnográficos realizados por los fotógrafos Louis Rousseau, Jacques-Philippe Potteau o Henri Jacquart, exactamente contemporáneos de las obras de Cordier y procedentes de las colecciones de la Fototeca del Museo del Hombre, establece un paralelo entre escultura y fotografía, dos herramientas al servicio de la antropología en sus comienzos.
La carrera oficial de Cordier está ilustrada por algunos esbozos o reducciones de esculturas monumentales y retratos hechos por encargo. Una sección dedicada a la edición y a la técnica, propone a partir del ejemplo de la pareja de Chinos, el análisis de una misma obra según los diversos materiales y dimensiones, pero también hay ejemplos de pátinas plateadas, la edición de máscaras destinadas a artistas y escuelas de arte y, por último, las técnicas de ensamblado de los mármoles, en torno al Negro de Sudán del castillo de Compiègne y de la gammagrafía del ejemplar del Museo de Orsay realizada en septiembre de 2003.
El Negro de Sudán, la Capresse de las colonias, el Árabe de El Aghouat, la Judía de Argel, la Poesía, la Mujer griega en medallón del Museo de Cambrai y el tedero de la Mujer árabe, adquirido en 1863 por la emperatriz Eugenia, préstamo excepcional del castillo de Fontainebleau, cierran la exposición: el triunfo de la policromía testimonia la espléndida singularidad del talento de Cordier, una de las figuras principales de la escultura francesa durante el Segundo Imperio que, a través de su arte, defendía el respeto del otro.