Exposition au musée

Charles Gleyre (1806-1874). El romántico arrepentido

Del 10 Mayo al 11 Septiembre 2016
Charles Gleyre
Le déluge, 1856
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
Acquisition par souscription publique, 1899. Inv. 1243
© Clémentine Bossard, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne / DR

Confesiones del hijo de un nuevo siglo

Confesiones del hijo de un nuevo siglo

Charles Gleyre-Autoportrait
Charles Gleyre
Autoportrait, 1830-1834
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© Nora Rupp, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

En la epopeya de la historia de la pintura francesa del siglo XIX, suele olvidarse el rol de Charles Gleyre.
En gran medida porque este parisino por adopción no se preocupó demasiado por su posteridad francesa. Nacido en 1806 en el cantón de Vaud, Gleyre fue ciudadano de la Confederación Suiza y un republicano convencido toda su vida.
Después del golpe de estado de Louis-Napoléon Bonaparte en 1851, se aísla socialmente, deja de exponer y rechaza los encargos públicos; la enfermedad y la guerra de 1870 lo llevan a dejar la enseñanza.
Discreto y solitario, humilde y cínico, Gleyre ya comenzaba a ser olvidado al morir, en mayo de 1874. Su amigo Charles Clément intenta en vano recoger los últimos testimonios y catalogar varias obras maestras ya dispersas en el extranjero: pronto, sólo Illusions perdues [Ilusiones perdidas], obra melancólica del museo del Louvre, lo rescatará del olvido. Se lo recuerda como el primer maestro de Sisley, Bazille, Renoir y - más brevemente - Monet, todos ellos alumnos rebeldes más que discípulos
¿Por qué vale la pena volver a prestar atención, mediante una exposición, a la obra de Charles Gleyre? ¿Porque fue un romántico frenético y un viajero intrépido antes de consagrarse a la Belleza? ¿Porque su pasión por el pasado lo llevó a imaginar mundos prehistóricos? ¿Porque la incurable misoginia de su obra sublimó la fuerza creadora femenina? ¿Encarnó una de las últimas expresiones del neoclasicismo, fue un romántico arrepentido o un precursor del simbolismo? Reflejo del siglo XIX, la obra paradójica e inventiva de Charles Gleyre se revela en todo su esplendor ante la mirada del siglo XXI.

De aprendiz parisino a bandido romano

De aprendiz parisino a bandido romano

Charles Gleyre-Les brigands romains
Charles Gleyre
Les brigands romains, 1831
Paris, musée du Louvre
© RMN-Grand Palais (musée du Louvre) / Gérard Blot

Huérfano a los doce años, Charles Gleyre es recibido por su tío, un modesto comisionado, en Lyon. En este contexto, sus talentos artísticos deberían orientarse al «diseño industrial» aplicado a la industria textil, pero el joven aspira al verdadero arte: a la pintura. Después de cursar la escuela de dibujo de Lyon, ingresa en 1825 a la Escuela de bellas artes de París y descubre la capital artística en plena efervescencia.
A pesar de su inscripción en el taller de Louis Hersent, pintor conformista y cortesano, Gleyre manifiesta una sensibilidad romántica, libre y excesiva. Copia a Théodore Géricault y Pierre-Paul Prud’hon, figuras trágicas cuyas recientes muertes son el tema principal de las conversaciones del taller.
Continúa su formación en Italia en 1828, a fin de ver a Miguel Ángel, cuya fuerza expresiva lo seduce. En Roma conoce a su compatriota suizo Léopold Robert, que vive en ese momento un gran éxito debido a sus pinturas que retratan escenas de bandidos en la campiña romana, tema pintoresco, heroico y moderno. Basándose en el mismo tema, Gleyre realizó en 1831 su primer cuadro – Les Brigands romains [Los bandidos romanos] –, una escena de un realismo sádico inédito, en concordancia con las composiciones frenéticas de Berlioz.
La obra es tan violenta e irreverente que es imposible exponerla, y será condenada al anonimato del taller. El joven pintor descubre entonces con tristeza la distancia que separa los sueños de gloria de la libertad de creación.

Sobrevivir al Oriente

Sobrevivir al Oriente

Charles Gleyre-Intérieur du temple d'Amon, Karnak
Charles Gleyre
Intérieur du temple d'Amon, Karnak, 1835
Boston, Museum of Fine Arts
Lent by the Trustee of the Lowell Institute, William A. Lowell
© Reproduced with permission of the Trustee of the Lowell Institute

El viaje de más de tres años que emprende Gleyre entre Italia y Sudán, regresando a Francia vía Beirut es sin duda la aventura de su vida; por su intensidad sublime - deslumbrante y pesadillesca a la vez - constituye una experiencia excepcional que lo distingue de sus colegas.
En los años 1830, en efecto, los más valientes no se animan a ir más lejos que Grecia - que acababa de ser liberada del yugo otomano - de las costas turcas y del Magreb colonizado por las tropas francesas.
El periplo de Gleyre no se pareció en nada a la cómoda misión diplomática que Eugène Delacroix acompañó en Marruecos dos años antes.
Cansado de esperar al éxito en Roma durante cuatro años, Gleyre se pone al servicio de un rico viajero y filántropo norteamericano, John Lowell Jr. Este último financia el viaje de su protegido a cambio de que Gleyre dibuje los sitios arqueológicos recorridos y las costumbres de las poblaciones encontradas.
Al principio, Gleyre comparte el entusiasmo de su mecenas y realiza unas maravillosas acuarelas, de Pompeya hasta Lúxor. Pero las condiciones de un viaje cada vez más cansador, peligroso, plagado por la disentería, las insolaciones bajo los 45 grados Celsius del desierto nubio, y una grave infección ocular terminan por minar la moral y las fuerzas del joven pintor.
Tomando consciencia del riesgo que representa para su carrera seguir los pasos de un hombre que desafía a la muerte - Lowell muere seis meses más tarde en Bombay - Gleyre se separa de su mecenas en Jartún después de 18 meses viajando a su lado. Dos años más tarde, y luego de una peligrosa travesía, regresa a Francia.

Regreso a París: los pastiches, un punto intermedio

Regreso a París: los pastiches, un punto intermedio

Charles Gleyre-Cavaliers turcs et arabes
Charles Gleyre
Cavaliers turcs et arabes, 1838-1839
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© Nora Rupp, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

Recibido en 1838 por su familia lyonesa «en un estado mil veces peor que el del hijo pródigo» como lo escribe él mismo, Charles Gleyre se instala definitivamente en París con la intención de obtener el título artístico más codiciado: el de pintor histórico. ¿Cómo construir una carrera sin fama ni fortuna?
Basándose en los estudios realizados en Oriente - obtuvo la autorización de los herederos de Lowell de recopiarlos para su uso - Gleyre elabora composiciones originales que buscan seducir al público parisino, cuyo gusto por el orientalismo comienza a despuntar.
Los resultados que han sobrevivido hasta nuestros días son sumamente ambiguos, anticuados y decepcionantes: la anécdota pintoresca trastabilla con un erotismo sin demasiado vuelo o con un humor grotesco.
El artista renuncia a traducir su experiencia personal en oriente, universo probablemente imposible de adaptar a las fantasías de los aficionados parisinos. Al mismo tiempo, comienza a trabajar en pastiches inspirados en la obra de pintores famosos de la época como Alexandre Decamps, Horace Vernet, Eugène Delacroix - que habían logrado utilizar su experiencia oriental para darle nueva vida a la pintura religiosa e histórica.
En el caso de Gleyre, esta herencia artística oriental sólo se revelará más tarde, y de forma más discreta: por ejemplo, en la fuerza poética de los paisajes áridos, esculpidos por la luz del crepúsculo o del alba en contraluz. El artista transmite intuitivamente sus visiones de mundos anteriores a la civilización.

Un traspiés en la escalera: la decoración del castillo Dampierre

Un traspiés en la escalera: la decoración del castillo Dampierre

Charles Gleyre-Etude pour Le Travail
Charles Gleyre
Etude pour Le Travail, 1841
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© Nora Rupp, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

Insatisfecho por el estancamiento de los temas orientales, Charles Gleyre intenta otra vía para acceder al gran género: la decoración mural. En esa época, los numerosos encargos del gobierno del rey Louis-Philippe para decorar los palacios públicos o los lugares de culto ofrecen un bienvenido medio de subsistencia. Probablemente por esto el artista haya expuesto en 1840 un Saint Jean sur l’île de Patmos [San Juan en la isla de Patmos] (Abbeville, museo Boucher de Perthes), figura monumental con acentos de Miguel Ángel.
El éxito en la prensa, modesto pero alentador, obtenido por esta obra incita al duque de Luynes a solicitar a Gleyre la decoración de la gran escalera de su castillo de Dampierre en el valle de Chevreuse para el año siguiente. En un decorado de estuco estilo neo-Louis XIV concebido por el arquitecto Félix Duban, el pintor debe realizar, principalmente en grisalla, un programa alegórico probablemente definido por el mismo duque, eminente especialista en civilizaciones antiguas.
Al intentar reproducir intensamente las ideas, Gleyre termina por distorsionarlas: el realismo excesivo de sus estudios dibujados da prueba de ello, y su eminente colega Ingres, invitado a decorar el gran salón adyacente, lo critica despiadadamente. Se cree que a pedido de Ingres, el duque hizo cubrir la mitad del trabajo de Gleyre. El artista nunca habló de esta humillación, salvado por un éxito definitivo en el Salón dos años más tarde.

La Noche: el amanecer del éxito

La Noche: el amanecer del éxito

Charles Gleyre-Les illusions perdues dit aussi Le Soir
Charles Gleyre
Les illusions perdues dit aussi Le Soir
Paris, musée du Louvre
© RMN-Grand Palais (musée du Louvre) / Michel Urtado

A los 37 años, luego de varios inconvenientes y obstáculos, Charles Gleyre conoce la fama súbitamente con su obra Le Soir [La Noche] en el Salón de 1843.
Celebrada unánimamente por el público y la crítica, la obra es recompensada con una medalla de oro y es adquirida por el Estado, que la expone en el Museo real de los artistas vivientes. Muy difundida como grabado bajo el título balzaciano Illusions perdues [Ilusiones perdidas], la obra influye el imaginario de varias generaciones de franceses.
La Noche es una composición híbrida, una alegoría poética que permite una interpretación más libre de parte de cada observador, pues no hace referencia a un episodio mitológico o a la historia antigua. Gleyre pudo finalmente resolver su experiencia problemática con Oriente. No lo hizo mediante la reutilización de dibujos, sino a través de notas poéticas extraídas de su diario de viaje.
De esta forma, La Noche no es una copia de algo visto; es la reconstrucción de una visión. A partir de una alucinación experimentada un día de marzo de 1835 a orillas del Nilo, Gleyre hace una reflexión melancólica y discretamente autobiográfica sobre la pérdida de las ilusiones juveniles de gloria y amor. Esta no es ciertamente la única faceta observable de la obra, que también celebra los poderes mágicos de la pintura, capaz de transferir una experiencia de sinestesia, como se describe en el diario: «la triple armonía entre las formas, los colores y los sonidos era total».

La ambición de la Historia

La ambición de la Historia

Charles Gleyre-Les Romains passant sous le joug
Charles Gleyre
Les Romains passant sous le joug, 1858
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© Nora Rupp, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

El éxito de La Noche permite finalmente a Charles Gleyre acceder al género al cual aspiraba: la pintura histórica. En 1845 expone en el Salón una imponente Séparation des apôtres [Separación de los apóstoles], noble y austera, que pronto será adquirida por el Estado, y recibe un encargo prefectoral para una iglesia parisina (una Cena, finalmente convertida en Pentecostés).
Las noticias de la fama del pintor llegan rápidamente a Lausana, capital de su tierra natal. El cantón de Vaud le encarga sucesivamente dos grandes composiciones históricas dedicadas a la gloria de la independencia de su país – Le Major Davel [El Mayor Davel] y Les Romains passant sous le joug [Los romanos pasando bajo el yugo] –, consideradas inmediatamente como iconos nacionales suizos, obras maestras del nuevo museo de bellas artes de Lausana.
El artista, tomándose muy en serio su deber, aplicaba los preceptos inalterables de Horacio: enseñar, conmover, gustar. En línea con las tendencias del momento de la disciplina histórica, realiza impresionantes recopilaciones documentales con historiadores y arqueólogos a fin de proponer reconstrucciones irreprochables.
Las composiciones complejas buscan la claridad pedagógica y la emoción catártica provocada por la evocación de los héroes de una historia revisitada a través de sus convicciones republicanas.
La atención a la belleza de ciertos fragmentos, los detalles humorísticos y los guiños irreverentes suscitan el deleite esperado.

Arqueologías del paisaje

Arqueologías del paisaje

Charles Gleyre-Penthée poursuivi par les Ménades
Charles Gleyre
Penthée poursuivi par les Ménades, 1864
Bâle, Kunstmuseum
Acquis grâce au fonds Birmann 1865
© Kunstmuseum Basel, Martin P. Bühler

"El paisaje es adecuado para los jóvenes que todavía no han tenido su primera comunión o los ancianos que ya no tienen suficiente imaginación para inventar temas y figuras." Este aforismo condescendiente no debe confundirnos: Charles Gleyre se interesaba profundamente por los paisajes cuando estos poseían un carácter particularmente antiguo. Sólo los volcanes, las montañas o los desiertos, preservados de toda intervención humana, le interesaban en términos artísticos. Le gustaba pintar recuerdos de paisajes egipcios o turcos, explorando los efectos de una suave luz del atardecer sobre las superficies rocosas, testigos de los movimientos telúricos del pasado.
A partir de este substrato geológico oriental Gleyre crea el Déluge [Diluvio], visión sublime de los comienzos del mundo. El formato panorámico y el uso de los pigmentos casi fosforescentes del pastel que ilumina la superficie del óleo tal vez fueron influenciados por un diorama sobre el mismo tema inaugurado en París en 1844.
Gleyre continúa sus experimentaciones hasta realizar, no sin audacia, los primeros paisajes prehistóricos de la pintura occidental, en los cuales intenta reconciliar los textos del Génesis con los descubrimientos de la paleontología incipiente. Para dar vida al mito de la masacre de Penteo, legendario rey de Tebas, Gleyre explota por última vez la fuerza dramática de un inquietante paisaje salvaje.

El tirso y la rueca: la invención del arte femenino

El tirso y la rueca: la invención del arte femenino

Charles Gleyre-La danse des bacchantes
Charles Gleyre
La danse des bacchantes, 1849
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© J.-C. Ducret, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

Último cuadro expuesto al público parisino (Salón de 1849), la Danse des bacchantes [Danza de las bacantes] sorprendió a los amantes de las bacanales, tema clásico desde la época de Tiziano y Poussin: sin Baco, Sileno, ni sátiros el cuadro ya no es mitológico ni fabuloso: es histórico y religioso.
Gleyre pinta un rito misterioso, violento y exclusivamente femenino, cristalizado por un dibujo preciso y una ejecución uniforme, que generan una «coreografía que es a la vez noble y frenética, furibunda y rítmica», como lo destaca un crítico.

Charles Gleyre-Minerve et les Grâces
Charles Gleyre
Minerve et les Grâces, 1866
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© Nora Rupp, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

Al igual que Penteo, la Danza revela una nueva lectura, difundida en los años 1830, de los orígenes de la civilización griega antigua y sus cultos: contrariamente a la visión solar, viril y apolínea propuesta por Winckelmann a partir de mediados del siglo XVIII, Gleyre describe una Grecia primitiva, oriental y dionisíaca basándose en la obra del historiador de religiones Friedrich Creuzer.
Los temas antiguos permiten al artista esbozar una reflexión personal y sorprendente del origen del arte, que no hace referencia a Apolo ni a Orfeo: la Danza inventada por las bacantes, la música ofrecida por Minerva a los animales, el arte de hilar enseñado por la bella Ónfale al ridículo Hércules, o incluso la poesía romántica compuesta por Safo: el secreto de las artes es un privilegio de las mujeres, adquirido gracias a la connivencia misteriosa e intuitiva con las fuerzas creativas divinas.

Camino al idilio: la carne a la luz

Camino al idilio: la carne a la luz

Charles Gleyre-Le Retour de l'Enfant prodigue
Charles Gleyre
Le Retour de l'Enfant prodigue, 1873
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© Nora Rupp, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

Las últimas pinturas de Charles Gleyre son conciliatorias: después de las escenas de abandono, opresión y humillación que oponen sistemáticamente los hombres a las mujeres, el artista renuncia a la violencia, tanto física como simbólica. La problemática búsqueda de la armonía, que domina la totalidad de la obra de Gleyre, llega a su fin.
Su última pintura finalizada, Le Retour de l’enfant prodigue [El regreso del hijo pródigo] puede interpretarse como una reflexión del artista, lamentando sus propios excesos de juventud, o como la fantasía de un huérfano que sublima, mediante la pintura, la edad de oro de la vida familiar.
Equivalente hipotético de La Noche, Le Paradis terrestre [El Paraíso terrestre], quedará inconclusa luego de la muerte del artista. La obra debía representar la radiante mañana en la cual Adán y Eva, padres de la humanidad antes del pecado, descubrieron la belleza de la Creación. A pesar de que la obra queda en un estado de dibujo preparatorio, el boceto permite imaginar una luz brillante destacando las siluetas con un rayito de oro, sobre una pradera dominada por los Alpes suizos.
El tema de la juventud recuperada mediante la purificación solar había hecho su aparición en las sorprendentes escenas de baño de los años 1860: además del abandono del mito y la historia, manifiestan un claro cambio de estilo.
El desnudo femenino se relaja y se desprende discretamente de sus reflejos académicos, adquiriendo una frescura y una luz digna de las bañistas de su alumno «impresionista» Auguste Renoir.

En el taller: el dibujo antes que todo

En el taller: el dibujo antes que todo

Charles Gleyre-Etude pour Hercule et Omphale, Hercule
Charles Gleyre
Etude pour Hercule et Omphale, Hercule, 1859-1862
Lausanne, Musée cantonal des Beaux-Arts
© Nora Rupp, Musée cantonal des Beaux-Arts de Lausanne

Si bien el refinamiento del color es característico de Gleyre, el dibujo es la parte central de su arte. Las formas se delimitan con precisión, los volúmenes son delicadamente modelados, confiriendo a sus composiciones la claridad de los bajorrelieves antiguos. El artista prepara cada figura de sus cuadros con estudios de expresiones o gestos extremadamente detallados, que adquieren un carácter escultórico mediante un paciente trabajo de medios tonos en lápiz o sanguina.
Gleyre ensenará a sus alumnos, durante más de 25 años, esta ciencia de la composición y del dibujo. En 1843, bajo la influencia del éxito de La Noche en el Salón, remplaza al pintor Paul Delaroche como maestro de uno de los talleres de enseñanza más reputados de la capital.
Conocido por su espíritu abierto - enseña con la misma idoneidad la pintura histórica y la paisajista - y por sus opiniones democráticas, Gleyre, maestro humilde y atento, también es recordado por su generosidad: sus alumnos sólo debían participar en los gastos de alquiler y de los modelos.
A comienzos de los años 1860, cuando la salud del «patrón» se deteriora, el taller comienza a sufrir problemas económicos. Finalmente, el taller cierra en las vísperas de la guerra de 1870.
Más de quinientos jóvenes pintores - hombres y mujeres - disfrutaron de sus lecciones. Entre ellos hubo artistas destacados de todo tipo: neogriegos como Jean-Louis Hamon y Jean-Léon Gérôme, el norteamericano James Whistler o los futuros impresionistas Alfred Sisley, Frédéric Bazille y Auguste Renoir.