Exposition au musée

Christian Krohg (1852-1925) El pueblo del norte

Hasta el 27 Julio 2025
Christian Krohg (1852-1925)
La Barre sous le vent ! [Hardt le], 1882
Oslo, National Museum
© Photo: Nasjonalmuseet for kunst, arkitektur og design/ Jaques Lathion

Introducción

Christian Krohg, pintor, intelectual comprometido y periodista, fue una figura central en la escena noruega de finales del siglo XIX y principios del XX. Siguiendo la estela del naturalismo escandinavo, representado sobre todo por el dramaturgo Henrik Ibsen, las obras de Krohg transponen los grandes debates sociales de su época. Sus cuadros rinden homenaje a los más vulnerables, desde los pescadores que luchan contra los elementos, hasta la gente miserable de las grandes ciudades y las prostitutas. Es a estas últimas a las que dedica su obra maestra Albertine, que conjuga arte y literatura de una forma sin precedentes.

La empatía que sentía por sus modelos es el vehículo que eligió para llegar al mayor público posible. Krohg era un cosmopolita que estudió en Alemania, vivió varias veces en París, viajó constantemente y se convirtió en uno de los pintores más destacados de la colonia de artistas de Skagen, Dinamarca. Como admirador de los realistas, los impresionistas y Manet, representó plenamente las tendencias pictóricas de su época. Por tanto, es natural que se haga hecho un hueco en el Museo de Orsay.

Esta retrospectiva, organizada en colaboración con el Nasjonalmuseet de Oslo, es la primera realizada fuera de Escandinavia. Tras las exposiciones dedicadas a Edvard Munch, que fue alumno de Krohg, y a Harriet Backer, el Museo de Orsay ofrece una nueva perspectiva del arte noruego.

«Todo es una cuestión de encuadre»

Para Krohg, el arte debe conmover al espectador y suscitar su empatía, tanto por la forma como por el fondo. Tras estudiar en Alemania, su estancia en Francia –en París y Grez-sur-Loing (Seine-et-Marne)– lo llevó más lejos por este camino. De Gustave Courbet tomó prestada la inspiración social; de Edouard Manet, los recursos pictóricos para implicar físicamente al espectador en el cuadro como personajes de espaldas al primer plano, figuras totalmente absortas en su tarea o miradas directas hacia el espectador.

Pero en lo que más se fijó Krohg de Manet y los impresionistas, como Gustave Caillebotte, fue en los atrevidos encuadres que suscitaban la ilusión de fragmentos de vida tomados al azar. El artista llegó a convertirlos en su lema: «Todo es una cuestión de encuadre.» En su opinión, la imagen no debe construirse en términos de perspectiva. Sentado ante su tema, lo pinta con una intensa cercanía. Krohg aplicó estos principios a lo largo de su carrera, sobre todo en sus cuadros de marineros, que eludían el paisaje para centrarse en primeros planos de la acción.

La Bohemia de Kristiania

De regreso a Noruega en 1882, Krohg se convirtió en uno de los líderes de la «Bohemia de Kristiania». Este pequeño círculo de artistas, intelectuales y estudiantes, entre los que se encontraban los pintores Edvard Munch y Oda Krohg (de soltera Lasson), y el escritor Hans Jæger, causó un auténtico revuelo en la capital noruega por su estilo de vida inconformista y sus ideas radicales.

Los grandes modelos de la Bohemia fueron el crítico danés Georg Brandes (1842-1927), de quien Krohg diría que fue uno de los «pocos referentes de su vida», y el dramaturgo noruego Henrik Ibsen (1828-1906). Ambos suscitaron numerosos debates sociales, algunos de alcance europeo, sobre cuestiones como la pobreza urbana, la prostitución, los derechos de la mujer y la religión.

Como pintor, escritor y periodista, Krohg formó parte del movimiento conocido como «ruptura moderna» o naturalismo escandinavo. Su ambición era producir un arte que pudiera desempeñar un papel en el progreso social y ofrecer una imagen realista de su época, en particular, a través de sus numerosos retratos de figuras destacadas de la vida cultural escandinava.

Un arte social

En sus escritos y conferencias, Krohg explica que el arte debe desempeñar un papel social, dirigirse a un público amplio abordando al mismo tiempo cuestiones sociales. Sus obras directamente procedentes del arte social son pocas, pero tuvieron un impacto considerable en la sociedad noruega. Esto se debió en parte al doble escándalo provocado por Albertine, el cuadro y la novela, que fue prohibida y confiscada por la policía al día siguiente de su publicación.

Lejos de cualquier idealización, estas pinturas sociales están dominadas por un severo pesimismo típico del naturalismo literario. Krohg explora el modo en que la extrema precariedad conduce a la prostitución, el alcoholismo, la enfermedad y la muerte, reduciendo algunas vidas a lo que Charles Darwin denominó una «lucha por la supervivencia». De hecho, este es el título del último gran cuadro naturalista de Krohg, La lucha por la supervivencia, una conmovedora observación de una sociedad incapaz de ayudar a sus miembros más vulnerables.

«¡Devuélvannos a Albertine!»

En 1886, Krohg publicó Albertine, una novela realista que fue inmediatamente prohibida por ofender la moral pública. Esta obra cuenta la historia de una pobre joven a la que un policía emborracha y viola, y que luego es citada en comisaría para someterse al examen ginecológico que por aquel entonces era obligatorio para las prostitutas con el fin de evitar la propagación de enfermedades de transmisión sexual. Estas pruebas la destrozan y la precipitan a la prostitución, dejando patente un implacable determinismo social. Lo que Krohg denuncia es el trato injusto que las autoridades noruegas dispensaban a estas mujeres, privadas de libertad y sin ninguna ley que las protegiese.

Tras la incautación de la novela, la polémica se disparó en Noruega, apoyada por miles de personas que defendían la libertad de expresión. En su defensa, Krohg afirma que su relato se inspira en una historia real contada por una de sus modelos. Indignado, sintió que su deber era «gritarlo al mundo, para que todos pudieran oírlo». Su gran cuadro Albertine en la sala de espera del médico de la policía también se inspiró en esta experiencia.

Pintar a la familia

Cuando Krohg descubrió Skagen, en el norte de Dinamarca, en 1879, lo que lo cautivó fue la gente, más aún que su naturaleza única y la luz. Los Gaihede, una familia de pescadores que vivía bajo el mismo techo desde hacía tres generaciones, se convirtieron en el tema principal de sus obras. Krogh apenas los pintó en el trabajo. Prefería representarlos en casa, cuidándose mutuamente, unidos en tiernas relaciones.

Cuando Oda Lasson y Christian Krohg establecieron su propio hogar a finales de la década de 1880, su pintura se vio directamente afectada. Oda retrató a Krohg como un padre cariñoso, la antítesis de la figura autoritaria y despótica contra la que luchaba Bohemia. Krohg pintó a Oda como una madre afectuosa en momentos de gran intimidad –dando el pecho, leyendo por la noche–, en el extremo opuesto de su escandalosa reputación.

Todas estas escenas de familia están en consonancia con las grandes composiciones sociales de Krohg: una pintura de solicitud, que promueve el ideal de una sociedad capaz de velar por sus miembros más vulnerables.