Más allá de las estrellas. El paisaje místico de Monet a Kandinsky
Introducción
El paisaje es poco debatido dentro del movimiento simbolista, mientras que el impresionismo se había apropiado del tema para inventar una nueva pintura sensible.
Sin embargo, es a través de su representación que los artistas expresarán sus inquietudes espirituales.
Le Christ au jardin des oliviers, 1889
Floride, West Palm Beach, Norton museum of Art, Gift of Elizabeth C. Norton
© Photo Norton Museum of Art
Frente a un pensamiento positivista que otorga un lugar primordial a la experimentación, y frente a un mundo en plena mutación, los artistas, bajo el influjo de una suerte de idealismo, se interrogan sobre sus orígenes, su cultura religiosa, la relación entre el hombre y la naturaleza. Esta última se convierte en el punto central del cuestionamiento interior, conduciendo a la experiencia mística.
Difundido ampliamente hacia finales del siglo XIX, el misticismo es un fenómeno vinculado a todas las religiones y creencias, que permite abordar los misterios de la existencia en unión con la naturaleza. Esta exposición se propone analizar cómo el misticismo influenció la pintura paisajista a comienzos del siglo XX hasta favorecer el nacimiento de la abstracción.
Las secciones de la exposición revelan las obras de artistas de culturas variadas que interrogan la trascendencia y la inmanencia de la naturaleza.
Vertebrada por la experiencia plástica de Monet, la primera sección pone en situación al espectador frente a la obra de arte, fuente de contemplación.
Les Oliviers, 1889
New York, The Museum of Modern Art, legs de Mme John Hay Whitney, 1998
© The Museum of Modern Art / Licensed by SCALA / Art Resource, NY
Pero muchos artistas se sirven del motivo del paisaje para su propia búsqueda mística. Un ejemplo son los Nabis, con el tema del bosque sagrado, propicio a la meditación.
La segunda sección profundiza la noción de lo divino en la naturaleza a través de obras de las corrientes sintetistas, simbolistas y divisionistas. La iconografía se inspira en los registros cristianos y panteístas.
La pintura viva y singular de los artistas canadienses de 1910-1930, en la tercera sección, narra la historia pictórica del Gran Norte influenciada por los espacios naturales escandinavos. El paisaje es también la noche real o interior, en la cuarta sección, noche luminosa, como la de Van Gogh, melancólica o dramática es sus facetas más oscuras.
Por su parte, el pintor místico Dulac abre la vía de lo universal. La última sección aborda aquello que supera al hombre y lo conduce más allá de las estrellas: el cosmos y su luz sideral.
Este recorrido pretende ilustrar la expresión de quienes Kandinsky denominaba «los buscadores del interior en el exterior».
Meules, effet de neige, soleil couchant, 1890-1891
Chicago, Art Institute of Chicago, Collection Potter Palmer
© Art Institute of Chicago
Contemplación
Monet, Van Gogh e incluso Klimt crearon obras que generan en el espectador un sentimiento de trascendencia, en las cuales el objeto tiende a desaparecer bajo el juego de los colores.
Las series de Monet son un ejemplo de la capacidad de una obra para provocar la contemplación: los almiares, por ejemplo, pueden ser vistos como una metáfora de la vida, cuya luz se va modificando con el paso del tiempo.
Evelyn Underhill, filósofa inglesa católica, y Wassily Kandinsky destacaron la fuerza emocional de los Almiares de Monet en sus respectivas obras (Misticismo, en 1911, y Miradas sobre el pasado y otros textos , en 1913) Asimismo, Clémenceau veía en los Álamos un «poema panteísta».
Henri Le Sidaner, como la mayoría de estos artistas, no reivindicaba una espiritualidad en particular: su Jardín blanco en el crepúsculo expresa antes que todo la búsqueda de paz que caracterizaba a esta «especie de místico sin fe», como lo llamaba el novelista Grabriel Mourey.
Odilon Redon, con sus Árboles sobre fondo amarillo también captura la atención sensible del espectador mediante un decorado onírico. La búsqueda formal de estos artistas abrirá la vía de la abstracción que teoriza Kandinsky en su obra De lo espiritual en el arte, 1911-1912.
Esta escuela, con sus formas y colores en los cuales el objeto desaparece, es propicia a una forma de recorrido contemplativo, en el cual el observador puede «olvidarse a sí mismo».
L?RTMIncantation ou Le Bois Sacré, 1891
Quimper, musée des Beaux-Arts, legs de Mme Boutaric, 1987
© Musée des Beaux-Arts de Quimper
Bosques sagrados
El tema del «bosque sagrado» adoptado por Paul Gauguin y los pintores Nabis durante sus viajes a Pont-Aven, es uno de los ejemplos más significativos de una interpretación simbolista, profundamente espiritual del paisaje.
La misma se origina en el poema «Correspondencias» de Charles Baudelaire, que asimila la naturaleza a un templo y la vida humana a un camino a través de un «bosque de símbolos». Los árboles son percibidos como pilares que unen al mundo material con una realidad superior. El hombre-peregrino lo atraviesa en búsqueda de una espiritualidad que se refleja en la naturaleza.
Imbuido por lo invisible y lo sobrenatural, el bosque también puede convertirse en un lugar en el cual se manifiestan visiones religiosas, como en La Lucha de Jacobo con el Ángel de Maurice Denis.
La visión mística de los Nabis se refleja en un estilo sumamente innovador: la composición sintética, las formas planas y los colores vivos e irreales, son los vectores de una «visión del alma» cercana a la abstracción.
Charles Baudelaire, Correspondencias, 1857
«La creación es un templo donde vivos pilares
Hacen brotar a veces vagas voces oscuras;
Por allí pasa el hombre a través de bosques de símbolos
Que lo observan con ojos familiares.
Como ecos prolongados que a lo lejos se confunden
En una tenebrosa y profunda unidad,
Inmensa como la noche y la claridad,
Los perfumes, colores y sonidos dialogan.
Laten frescas fragancias como carnes de niños,
Suaves como oboes, verdes como praderas,
- Y otras corrompidas, gloriosas y triunfantes,
Con la expansión de lo infinito;
Como el ámbar, el almizcle, el benjuí y el incienso,
Que cantan los transportes del espíritu y los sentidos. »
Le Bouddha, entre 1906 et 1907
Musée d'Orsay
1971, achat
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / Hervé Lewandowski
Lo Divino en la naturaleza
La búsqueda espiritual influye al artista de finales del siglo XIX según su educación religiosa, la cultura de su país o sus influencias sociales.
A la búsqueda de tiempos primitivos, que creían más auténticos, o de un idealismo que contrarrestase la realidad positivista del momento, los pintores vieron en el paisaje un medio de traducir el cuestionamiento humano frente a la Creación.
Mientras que ciertos artistas utilizaron las metáforas cristinas inscribiéndolas en el paisaje local (el campo de Van Gogh, el pueblo de Gauguin) para expresar su cuestionamiento interior, otros, como Odilon Redon, reproducen su búsqueda personal a través de paisajes imaginarios u oníricos.
Por su parte, los divisionistas como Segantini o Pellizza da Volpedo, dejan que el paisaje se exprese para evocar lo divino dentro de la creación.
Esta visión panteísta que destaca la inmensidad de la naturaleza respecto a la pequeñez del hombre, se expresa a menudo por alegorías que encuentran su lugar en el paisaje.
Los simbolistas, como Pierre Puvis de Chavannes y Alphonse Osbert, prefirieron estudiar la naturaleza como «paisaje del alma» en la cual la noción de lo divino puede conciliarse con el contexto natural.
Paysage décoratif (Decorative Landscape), 1917
Ottawa, Musée des Beaux-Arts du Canada
© The Estate of Lawren S. Harris - Photo : © MBAC
La idea del Norte
En Europa del Norte, artistas como Willumsem, Strindberg o Fjaestad utilizan la naturaleza como medio de expresión para traducir sus cuestionamientos místicos.
Poco tiempo después, en Canadá, un grupo de jóvenes pintores descubren a los artistas escandinavos durante una exposición en Búfalo, en 1913. Descubren que su forma de reproducir los grandes espacios salvajes refleja sus propias aspiraciones estéticas.
En 1920 crean el Grupo de los Siete (Harris, MacDonald, Lismer, Varley, Carmichael, Johnston, Jackson, sin Tom Thomson, muerto prematuramente) y juegan un rol importante en la definición, por primera vez en Canadá, de un estilo de representación de los paisajes de América del Norte.
Atraídos por los espacios aislados, intemporales, libres de toda presencia humana, conciben los paisajes como imágenes simbólicas, no exentas de reivindicaciones de identidad. Cuestionan la relación del hombre con la naturaleza, otorgándole una dimensión sagrada.
De hecho, varios miembros del grupo estaban interesados por la teosofía, disciplina desarrollada en los Estados Unidos por Héléna Blavatsky.
Esta búsqueda espiritual también se observa en la obra de Emily Carr, originaria de Columbia Británica, amiga de Harris y apasionada por las culturas primitivas. Sus pinturas de sitios naturales amerindios la convierten en una artista militante, que cuestiona permanentemente su identidad respecto a la cultural del Gran Norte.
Continuando su trabajo largo tiempo después de 1918, Harris y Carr evolucionarán hacia un estilo formal cercano a la abstracción.
La nuit étoilée, en 1888
Musée d'Orsay
Donation de M. et Mme Robert Khan-Sriber, en souvenir de M. et Mme Fernand Moch, 1975
© Musée d’Orsay, Dist. RMN-Grand Palais / Patrice Schmidt
La Noche
Momento de ensoñación y misterio, la noche siempre ha seducido a los artistas. La generación de los simbolistas se inspiró especialmente de las atmósferas nocturnas para proponer diversos tipos de interpretaciones.
La noche no es solamente la noche real, tema de varios estudios sobre la luz, sino también la noche «del alma», cargada de significados espirituales, símbolo de la muerte, silencio, soledad, pero también de la trascendencia y medio posible de unión con lo Divino.
Precursor de estas visiones, James Abbot McNeill Whistler, representante del movimiento «Estético» inglés, navegaba el Támesis en barca para luego pintar, en su taller, sus Nocturnos , que transfiguran el paisaje en una transcripción de estados ánimicos.
Para Van Gogh y el escandinavo Eugène Jansson, la contemplación de la bóveda celeste durante la noche combina el estudio de los efectos de la luz a una búsqueda interior de fuerte contenido espiritual.
Todo sentimiento de esperanza parece desaparecer cuando las tinieblas se convierten en un símbolo de la desolación o de la muerte, como en las visiones melancólicas de Brujas pintadas por Fernand Khnopff. Henri Le Sidaner también se inspiró del tema de las «ciudades muertas» en Brujas pero también en Venecia, representada en el silencio del crepúsculo.
En La Ciega de Ejnar Nielsen, el paisaje despojado y el sendero sinuoso reflejan un estado de ceguera a la vez físico y espiritual, cercano a una noche «interior».
La Vallée du Tibre à Assise, 1898
Paris, collection Lucile Audouy
© Droits réservés
Charles-Marie Dulac
Charles Dulac fue un pintor decorativo antes de especializarse en los paisajes. Padeciendo una enfermedad incurable debido al uso del albayalde y sabiéndose condenado, experimenta una conversión católica radical que lo conduce a un acercamiento a la comunidad franciscana.
Se impone como misión representar lo sagrado de la naturaleza en el espíritu de San Francisco.
En 1894, consagra su trabajo a un ciclo de litografías, El cántico de las criaturas, que motivará, tres años más tarde, un texto elogioso del escritor Joris-Karl Huysmans, que incluye a Dulac entre los artistas más innovadores en materia de arte sagrado.
Varios viajes de Dulac a Assise dan como resultado obras al óleo en las cuales los efectos de la luz sobre los montes, o el juego del aire en las nubes por encima del Tíber, traducen el sentimiento de la trascendencia experimentado por el artista.
Estos paisajes se aprecian en su conjunto, como variaciones de un mismo tema: el del vínculo entre el hombre, la creación y Dios.
Au-dessus de Vitebsk, 1914
Toronto, Art Gallery of Ontario, don de Sam et Ayala Zacks, 1970
© Adagp, Paris 2017 © Art Gallery of Ontario
Paisajes devastados
La noche interior del hombre que constituye el mal, resuena tristemente a comienzos del siglo XX luego del drama de la primera guerra mundial.
Canadá también sufre de las pérdidas humanas colosales de este conflicto y por ello los miembros del futuro Grupo de los Siete son convocados como pintores de guerra en el «Canadian War Memorials Program» (programa canadiense de monumentos conmemorativos de la guerra), destinado a la memoria de los desaparecidos.
Varley y Jackson pintan paisajes desolados, destruidos, traduciendo sus interrogantes: ¿valió la pena este sacrificio? A partir de estos paisajes de tonos monocromos o vivos, los artistas realizan composiciones de una fuerza mística - siguiendo su definición original, de «sentido oculto» - que lindan con la abstracción (Valloton) o lo fantástico (Nash).
El hombre, actor y víctima, no está menos presente: merodeador en las obras de Chagall, o espectro de su propia destrucción en las obras de Varley. Un poco antes, el simbolista Degouve de Nuncques esbozaba el «paisaje-muerto» que Schiele ilustra en un ambiente glacial.
Croix noire aux étoiles, bleu (Black Cross with Stars and Blue), 1929
Collection particulière
© Georgia O?RTMKeeffe Museum / ADAGP, Paris 2017
Cosmos
La ciencia y el espiritismo se combinan al momento de estudiar el Universo, otro paisaje místico.
Influenciados por divulgadores científicos como lo fue, en Europa, el astrónomo y escritor Camille Flammarion, los pintores exploran el espacio como lugar del imaginario universal.
En América, Arthur Dove y Georgia Georgia O’Keeffe profundizan su búsqueda, a la vez espiritual y estilística, trabajando las nubes hasta la abstracción con colores que evocan el espacio sideral.
Munch hace explotar el sol como la última estrella iluminando la tierra antes de fundirse en el cosmos.
Para Maurice Chabas, cercano a escritores espiritistas como Léon Bloy o Edouard Schuré, famoso por su obra Los grandes iniciados publicada en 1889, el Universo es el lugar del espíritu, por el cual derivan las almas de los difuntos.
Nuit étoilée (Sternenhimmel Versuch), 1909
Itzehoe, Wenzel Hablik Museum
© Wenzel-Hablik-Foundation, Itzehoe
Hilma af Klint, apasionada del ocultismo, dibujaba luego de sus experiencias de espiritismo. Retablo nos proyecta hacia la incandescencia del sol cosmológico. De forma más racional, el artista checo Wenzel Hablik revisita su pasión por los cristales orientándola hacia la representación de un Universo ordenado, estructurado pero extravagante, en su Noche estrellada.
Esta concepción del espacio es retomada por Augusto Giacometti, con el mismo tema.
La noche estrellada no podría explicarse sin la intervención de una mano que representa magistralmente George Watts en El Sembrador del Universo, en 1902, que nos transporta - en un movimiento simbolista - al torbellino de la Creación, para llevarnos más allá de las estrellas.