Achille Emperaire

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Paul Cézanne
Achille Emperaire
entre 1867 et 1868
huile sur toile
H. 201,0 ; L. 121,0 cm.
Don Mme René Lecomte et de Mme Louis de Chaisemartin, fille et petite-fille d'Auguste Pellerin, 1964
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / Hervé Lewandowski
Paul Cézanne
Achille Emperaire
entre 1867 et 1868
huile sur toile
H. 201,0 ; L. 121,0 cm.
Don Mme René Lecomte et de Mme Louis de Chaisemartin, fille et petite-fille d'Auguste Pellerin, 1964
© RMN-Grand Palais (musée d’Orsay) / Tony Querrec
Paul Cézanne (1839 - 1906)
Rez-de-chaussée, Salle 11

Nativo de Aix como Cézanne, a quién lleva diez años, Achille Emperaire también es artista pintor. Se conocieron en el taller Parisino de Charles Suisse, a comienzos de los años 1860, y mantuvieron por lo menos durante una década, estrechos vínculos de amistad.
Cézanne recuerda con tristeza de este compañero de juventud, afirmando: "Era un chico de gran talento, y nada relativo al arte de los Venecianos le fue desconocido. ¡Muchas veces le he visto igualarles!". Desgraciadamente, pobre y desdichado, no obtuvo ninguna notoriedad y tan sólo se conservan de Achille Emperaire un número de obras bastante reducido, de un fogoso temperamento.
Un contemporáneo cuenta que en dos carboncillos anteriores al retrato pintado de Achille, vemos "una magnífica cabeza de jinete, a la Van Dyck", sentimos aquí "un alma incandescente, nervios de acero, un férreo orgullo en un cuerpo contrahecho [...], una mezcla de Don Quijote y de Prometeo".
No obstante, en el cuadro, Cézanne hace hincapié el carácter enfermizo y la silueta deforme de Emperaire. Sin embargo, lejos de ser un retrato-caricatura, la obra se desempeña sobre un formato monumental, la presentación frontal del modelo, su majestuoso asiento y la ostentatoria inscripción logran que haga eco con el Napoleón 1° encima del trono imperial de Ingres, hasta en el juego de palabras Empereur (Emperador) / Emperaire.
Traspasando las lecciones de realismo de un Courbet o de un Manet, el soplo de la visión se acompaña aquí con un cierto romanticismo crudo, que marca el apogeo de dicho periodo que el maestro de Aix calificaba él mismo de "cojonudo".

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