Enseigne pour le Castel Henriette

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Hector Guimard
Enseigne pour le Castel Henriette
1899-1900
lave reconstituée émaillée
H. 110,0 ; L. 110,0 cm.
Achat, 1993
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / René-Gabriel Ojéda
Hector Guimard
Enseigne pour le Castel Henriette
1899-1900
lave reconstituée émaillée
H. 110,0 ; L. 110,0 cm.
Achat, 1993
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / René-Gabriel Ojéda
Hector Guimard
Enseigne pour le Castel Henriette
1899-1900
lave reconstituée émaillée
H. 110,0 ; L. 110,0 cm.
Achat, 1993
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / René-Gabriel Ojéda
Hector Guimard
Enseigne pour le Castel Henriette
1899-1900
lave reconstituée émaillée
H. 110,0 ; L. 110,0 cm.
Achat, 1993
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / René-Gabriel Ojéda
Hector Guimard (1867 - 1942)
Artwork not currently exhibited in the museum
Guimard explota con virtuosidad las posibilidades decorativas que ofrece la lava esmaltada y reconstituida. El proceso consiste en volver plástica la lava natural, triturándola y pulverizándola, y luego mezclándola con arcilla y fundentes. Entonces puede servir para la fabricación de grandes paneles.
Guimard utiliza de manera espectacular la lava esmaltada para la Casa Coilliot (1898-1900). Cabe indicar que su comanditario, el negociante de productos cerámicos Louis Coilliot, obtuvo el casi monopolio de la difusión del material. La fachada de su casa, totalmente cubierta de piedra de lava, aparece pues como un monumental himno publicitario.
La lava esmaltada va a partir de entonces a cubrir con sus colores llamativos y lisos los letreros de las villas y de las casas erigidas por Guimard, incluido el Castel Henriette (1899-1900), así como las estaciones y las entradas del metropolitano.
El arquitecto diseña él mismo los caracteres de estos letreros. Su grafía tan personal acentúa la novedad de la fachada. El trazado de las letras y el ritmo arquitectónico preceden de un mismo planteamiento que otorga a la línea y al color un protagonismo esencial. Hinchadas, dilatadas, estiradas por la savia que las recorre, presentando atrevidas armonías de rosas y de anaranjados, estas letras otorgan a las palabras un dinamismo de una notable unidad, totalmente comparable al de las fachadas. Pero tanto como éstas últimas, generan reacciones a veces violentas. Como la de la comisión del Viejo París que, frente a los letreros del Metropolitano, deplora en 1901 su "alfabeto raro y fantástico compuesto por letras sin forma" y reclama que se restablezca "un carácter nítido y legible por todos".
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