Claude Monet



Renoir no pretende aquí dar una imagen ideal de Monet como artista. Al contrario, propone de él una imagen tan personal como realista. Con la paleta y los pinceles en la mano, con ropa de trabajo, en una pose relajada, Monet suspende su actividad y gira la mirada hacia su amigo. Su silueta se recorta a contraluz delante de la ventana, en un interior vacío de muebles. El rostro del pintor concentra la luz, creando un efecto de color, en la cima de la masa oscura del atuendo.
Un árbol con largas y estrechas hojas, seguramente un laurel rosa, invade el vacío y se inmiscuye por encima de la cabeza de Monet. Con humor, Renoir tal vez desee coronar a su modelo de laureles. Esta amistosa intención explicaría probablemente la presencia de este pequeñísimo sombrero redondo, más parecido a una aureola que a un sombrero.
El efecto móvil y vivo de este cuadro está intensificado por la variedad de las diferentes notas de color. De modo que, a las múltiples y pequeñas pinceladas yuxtapuestas que dan un aspecto vibrante al rostro, se oponen, en la parte derecha, largas pinceladas paralelas de una pintura ahogada en el gris blanco.
En la segunda exposición impresionista de 1876, varios críticos consideraron que este retrato era, por algunos aspectos, digno de un gran maestro. Pero el comentario más largo y más profundo se publicó bajo la pluma de Emile Zola en el Messager de l'Europe de junio de 1876. En este, el escritor se atrevió con una sorprendente síntesis estética: "Su trabajo es digno de Rembrandt, iluminado por la brillante luz de Velázquez".