Danseuses

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Edgar Degas
Danseuses
entre 1884 et 1885
pastel sur papier
H. 75,0 ; L. 73,0 cm.
Dation, 1997
© Musée d’Orsay, Dist. RMN-Grand Palais / Patrice Schmidt
Edgar Degas
Danseuses
entre 1884 et 1885
pastel sur papier
H. 75,0 ; L. 73,0 cm.
Dation, 1997
© RMN-Grand Palais (Musée d’Orsay) / Adrien Didierjean
Edgar Degas
Danseuses
entre 1884 et 1885
pastel sur papier
H. 75,0 ; L. 73,0 cm.
Dation, 1997
© droits réservés
Edgar Degas (1834 - 1917)
Artwork not currently exhibited in the museum
Con este pastel, Degas revisita una temática ya abordada en su producción de los años 1870: las bailarinas en reposo. Reanuda también con sus estudios regulares sobre los efectos de contraluz, enfoque que "quita en silueta", suprime los detalles, borra las señas particulares de un rostro y de un cuerpo, volviéndolos anónimos.
Pero pese a utilizar fórmulas antiguas, las Bailarinas, innova por su formato, su composición, y constituye sin duda el testimonio más importante de lo que llamamos el "periodo clásico" de Degas. Hacia 1884, el pintor, en efecto, simplifica su composición, reduce la profundidad de su espacio pictórico, rebaja su punto de vista, para acercarlo a lo normal, y se concentra en un solo personaje o grupo de figuras. Abandona en mismo tiempo las intenciones a menudo caricaturales de las obras anteriores. Responde de este modo a una aspiración expresada por el crítico de arte y el público: protestar "contra el batiburrillo de tonos y la complicación de los efectos que mata la pintura contemporánea". Desde este punto de vista, Bailarinas tiene valor de manifiesto.
Degas utiliza aquí un formato casi cuadrado, inhabitual en él en aquella fecha, pero que reutilizará a menudo más tarde. Mientras que antes, jugaba en sus "clases de danza" sobre las figuras aisladas y los grandes vacíos, aquí reúne a seis figuras que se tocan y se responden, formando una especie de criatura única con varias cabezas, varios brazos y varias patas. La blancura de los tutús asegura la transición entre un cuerpo y otro y los gestos se hacen eco.
La luz desigual y cruda aviva el brillo de una espalda y de un hombro, el rubio o el rojizo de una cabellera. Y el pastel a veces denso, a veces ligero, traduce admirablemente lo vaporoso de los tutús, el aspecto gris y polvoriento de la sala. También permite bruscos focos de color, como el rojo y el amarillo, casi verde del recogido.
La obra anuncia las impresionantes series de bailarinas de los años 1890 y 1900. Entonces Degas reutilizará gestos, poses similares, jugando con coloridos diferentes. Pero Bailarinas es único y no ha generado ninguna réplica, ninguna variación. Es una obra maestra que demuestra, en el momento en que el impresionismo se disloca, cuando Renoir, Pissarro y Monet dan palos de ciegos, la sorprendente vitalidad del artista.
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