Fleurs et fruits
Paralelamente a su actividad de retratista, Fantin-Latour realiza una gran cantidad de bodegones. En los años 1860, éstos desempeñan incluso un papel esencial en su carrera. Fue en efecto en Inglaterra, donde reside con frecuencia, que Fantin-Latour encontró numerosos aficionados para sus composiciones de flores y de fruta. Compras y encargos se suceden entonces, garantizando al pintor un éxito comercial al que el resto de su obra no le había permitido pretender, hasta la fecha.
Llenos de poesía, un poco anticuados, los bodegones de Fantin-Latour pueden sorprender en la época de los impresionistas, con los que el artista mantiene por otro lado verdaderos vínculos de simpatía. Sin embargo, la elección de un tema como este no es tan inocente como lo parece. En la jerarquía de los géneros dictada por la Academia de Bellas Artes en el siglo XVII, el bodegón, tanto de fruta como de flores, está relegado abajo de la escala. Liberándose de cualquier pretexto literario, religioso o histórico (supuesto otorgar valor y nobleza a la obra), Fantin-Latour va en contra de los principios académicos. Este lienzo, que no cuenta nada, parece destinado al único placer de la mirada, encarnando en este concepto, una de las principales finalidades del arte moderno.
Pese a ello, no se trata de una ruptura radical con la tradición. Como en el retrato, Fantin-Latour muestra, en el bodegón, su apego al pasado. El pintor reivindica aquí abiertamente la herencia de Chardin, maestro de la escuela francesa del siglo XVIII. Conforme a un proceso clásico, la disposición en triángulo del ramo, del plato de fruta y de los racimos de uvas, construye el espacio. A estos elementos, se añade el cuchillo colocado en sesgo, en el borde de la mesa, accesorio tradicional que permite profundizar la perspectiva.
La luz clara y sutil pone de relieve los volúmenes y los colores llamativos de las flores y la fruta. Observamos la pincelada más espesa que evoca la textura de las diferentes esencias de flores y aquella más ligera y transparente que el pintor utiliza para las uvas. Este cuadro es un buen ejemplo del universo meditativo e íntimo apreciado por Fantin-Latour, donde la quietud se armoniza sabiamente con la vivacidad de los tonos y de los colores.