Hommage à Delacroix
Visitando las galerías del Museo del Castillo de Versalles, en julio de 1838, Baudelaire descubre a Delacroix y el lienzo La Batalla de Taillebourg. Fue el comienzo de una gran pasión para la obra romántica y coloreada del "más sugestivo de todos los pintores". En el Salón de 1846, dedica todo un capítulo en "verdadero pintor del siglo XIX." Cuando el 13 de agosto de 1863, el maestro, el amigo que tanto admiraba fallece, su muerte generó una verdadera desesperación en Baudelaire.
La admiración que el autor de las Flores del mal tiene por Delacroix, demuestra el respeto acordado al pintor por los artistas que van a encarnar la modernidad en la segunda mitad del siglo XIX. De este modo Henri Fantin-Latour realiza, un año tras la muerte de Delacroix, este retrato colectivo, destinado a rendirle el homenaje que no había recibido en vida.
Alrededor de un retrato de Delacroix, realizado a partir de una fotografía tomada diez años antes, la escena reúne hombres de letras y artistas. Podemos reconocer, en particular, al mismo Fantin-Latour, con camisa blanca y la paleta en la mano, James Whistler en pie en el primer plano, Edouard Manet, las manos en los bolsillos, y por supuesto Baudelaire, sentado en la derecha, el rostro crispado.
Esta obra es la primera gran composición de un artista muy vinculado con los impresionistas; revela el afán de Fantin-Latour por la investigación psicológica, el dibujo preciso y las armonías oscuras. Por la agrupación y la tonalidad totalmente rojiza, los negros y los blancos matizados, evoca los retratos colectivos de la Holanda del siglo XVII.
Los críticos sólo vieron en este cuadro un manifiesto de pintores realistas, una colección de retratos a semejanza; se le reprochará al grupo su falta de unidad, su color brutal, su aspecto estático, fotográfico. Estos reproches no impedirán a Fantin-Latour pintar demás retratos colectivos, que serán también tan famosos: Un taller en Batignolles en 1870 y Un rincón de mesa en 1872.