Le Chemin à Peyrelebade
Procedente de una familia adinerada de Burdeos, Redon solo tiene dos días cuando fue confiado a una nodriza en Peyrelebade, pueblo del Médoc. Iba a pasar la mayor parte de sus años de niñez en estas tierras, separado de sus padres. Bordeando el Atlántico, la región que se extiende de la Gironde a las Landes es reputada por sus viñedos de calidad. Pero se caracteriza también por una estructura geológica hecha de arenas y de gravas, por un horizonte abierto hasta el infinito, y por paisajes de pequeños pueblos entre landas y pantanos. Estos decorados salvajes, monótonos, con cierta melancolía, se convierten para Redon, niño introvertido y de naturaleza frágil, en la embrujadora referencia original de su pintura.
El camino a Peyrelebade es un lienzo oscuro, con un cielo azul denso y bajo. El follaje de los árboles brilla de una luz misteriosa. En el centro del lienzo, se adivina un hombre que avanza con la espalda encorvada. En la lejanía, se erigen sólidos muros de piedra de una granja de tenebrosos contornos. Estos árboles, percibidos a través del temperamento místico de Redon, y estas austeras y oprimentes construcciones tienen motivos recurrentes, en los magníficos paisajes silenciosos del artista, que parecen pertenecer a otro mundo.
Adulto, Redon se dedica a la realización de dibujos al carboncillo y a litografías monocromas, con una predilección por los temas fantasmagóricos. Fue solo hacia el final de su vida que su universo adopta colores más estridentes. Pero todas estas obras extraen su fuente común de este sentimiento de soledad y de misterio que procede de su infancia en Peyrelebade, como un hilo ininterrumpido que ritma su obra.
Reseña Redon