Le Ruisseau noir
Cerca de Ornans, en un estrecho desfiladero oscurecido por una lujuriante vegetación, corre lentamente el arroyo de la Brème. Esta área, llamada el Pozo Negro, es un lugar de mayor relevancia en la geografía íntima de Courbet. Cuando presenta, en la Exposición Universal de 1855, El arroyo del Pozo Negro, valle de la Loue (Washington D.C., National Gallery of Art), el lienzo le proporciona su primer verdadero éxito, como paisajista. Posteriormente, entre 1860 y 1865, el pintor entrega un gran número de variaciones, entre ellas este Arroyo negro, comprado por el superintendente de Bellas Artes, para la colección personal de Napoleón III.
Si estas representaciones del Pozo Negro gustan tanto, es porque dan la impresión de penetrar en un remanso de paz. El estrecho barranco es una especie de "selva" inexpugnada. El atmosfera de misterio que reina aquí está todavía más marcada por la ausencia de cualquier presencia humana o animal.
Aunque estas vistas estén desprovistas de cualquier composición narrativa o pintoresca, la nostalgia no está totalmente ausente. A la visión de una naturaleza refugio, que comparte con los pintores de Barbizon, Courbet añade una dimensión más personal. Porque el provocador de los Salones también es el paseante solitario, escondido bajo el espesor de los bosques de su infancia. Contrapunto absoluto a los horizontes sin fin de los paisajes marinos, el Pozo Negro colma la inclinación del pintor por los espacios sombríos y cerrados, propicios a un repliegue sobre él mismo. La impresión fue además confirmada por Courbet, en una carta de 1866 a su mecenas Alfred Bruyas. Califica la réplica del Arroyo negro que acaba de terminar de "magnífico paisaje de una profunda soledad, hecho en el fondo, de los valles de mi país".
Reseña Courbet
