Les Rochers de Belle-Ile, la Côte sauvage
"Estoy en un país precioso de salvajismo, un amontonamiento de rocas tremendo y un mar inverosímil de colores; en fin estoy muy entusiasmado, pese a que me cueste, ya que estaba acostumbrado a pintar el Canal de la Mancha y por fuerza tenía mi rutina, pero el Océano, es algo distinto". (Carta de Monet a Gustave Caillebotte).
Belle-île, la mayor de las islas bretonas, no fue muy visitada por los artistas y los escritores del siglo XIX. Monet, que pretende enfrentarse a paisajes diferentes, a otras atmósferas, reside allí del 12 de septiembre al 25 de noviembre de 1886. Se muestra primero desconcertado por una naturaleza poco fácil de amaestrar, el tiempo constantemente cambiante y las dificultades de acceso de las zonas que le interesan. Pero los acantilados verticales y los precipicios vertiginosos no asustan al artista, que coloca su caballete al borde del vacío y se queda delante de los motivos elegidos, con obstinación.
Monet dedica a las islas de Port-Domois cinco cuadros, incluido este. Es el único en un formato a lo ancho, que le permite dar mayor amplitud al choque, a la batalla a la que se entregan las rocas y el mar. El espacio está sugerido por escalonamiento de las rocas. El horizonte, colocado muy alto, deja poco espacio al cielo, siguiendo los procesos de la estampa japonesa tan afinses a la estética impresionista. La extraordinaria vibración atmosférica marina se traduce mediante colores intensos: azules, verdes, lilas, recorren un mar bordeado de blanco, con pinceladas planas y anchas o verticales, redondeadas, con acentos circunflejos, en comas, agitadas pero dominadas. Se trata de una nueva factura, muy diferente de aquella del periodo normando de Monet, más apropiada a esta grandiosa isla donde todo escapa al hombre.