Paysage de Bretagne. Le moulin David

Paul Gauguin
Paysage de Bretagne. Le moulin David
en 1894
huile sur toile
H. 73,0 ; L. 92,2 cm.
Cession en application du traité de paix avec le Japon, 1959
© Musée d’Orsay, Dist. RMN-Grand Palais / Patrice Schmidt
Paul Gauguin (1848 - 1903)

Como Cézanne y Van Gogh, Gauguin está convencido de que la pintura no debe limitarse a restituir las sensaciones retinianas. Por ello, a semejanza de Odilon Redon que la encuentra demasiado "corta de luces", Gauguin juzga con severidad la pintura impresionista, estimando que "el pensamiento no reside en ella". Para él, pintar significa buscar más allá de las apariencias, gracias a recursos plásticos económicos, una realidad más completa y pensada, una realidad espiritual que llama "abstracción."
A partir de su segunda estancia bretona en 1888, Gauguin tiende a simplificar y su propósito no reside ya en la búsqueda de la luz cambiante, de sus variaciones efímeras. A su regreso de Polinesia, cuando está de nuevo en Bretaña en 1894, pinta este Molino David marcado por sus investigaciones tahitianas. Aquí nada cambia, todo es estable, unificado, definitivo.
El dibujo que combina sintéticamente las verticales de las casas y de los árboles del primer plano con líneas sinuosas y ondulantes de la pradera, del riachuelo e incluso de la barrera, sirve la evocación mítica de una naturaleza primitiva y paradisíaca mediante este motivo bretón. Las formas oblongas de la colina responden a los "bultos" de la nube esquematizada a la manera de los dibujos infantiles.
En el interior de cada una de estas zonas distintas se extienden colores a su vez exaltados – verde franco o esmeralda, anaranjado, azul cobalto – y ampliamente arbitrarios en términos de imitación de la realidad.
La pincelada es ligera, estriada en la trama de un lienzo basto, pero no modula ningún relieve, no deteriora ningún color hacia la indicación de una sombra, ni sugiere cualquier textura.

Niveau supérieur, Salle 38
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