Portrait de Marcel Proust
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Jacques-Emile Blanche
Portrait de Marcel Proust
1892
huile sur toile
H. 73,5 ; L. 60,5 cm.
Dation, 1989
© Musée d’Orsay, Dist. RMN-Grand Palais
/ Patrice Schmidt
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Jacques-Emile Blanche
Portrait de Marcel Proust
1892
huile sur toile
H. 73,5 ; L. 60,5 cm.
Dation, 1989
© GrandPalaisRmn (musée d'Orsay)
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Jacques-Emile Blanche
Portrait de Marcel Proust
1892
huile sur toile
H. 73,5 ; L. 60,5 cm.
Dation, 1989
© Musée d’Orsay, dist. RMN-Grand Palais
/ Patrice Schmidt
Jacques-Emile Blanche
(1861 -
1942)
Artwork not currently exhibited in the museum
Jacques-Emile Blanche, estimado retratista de los años 1880, nos muestra el joven Proust, representado con 21 años de edad, cuando tan sólo era todavía un cronista mundano. Blanche desarrolla entonces una técnica brillante y rápida; pero aquí el retrato está marcado por una gran reserva, lo que le proporciona una peculiar potencia.
El joven dandi está representado de frente, en una pose hierática (el cuadro era en su origen probablemente un retrato en pie). El contraste entre los valores muy oscuros del traje y del fondo y la encarnación del rostro y del cuello, combinados con una flor de orquídea blanca en la solapa, resulta particularmente sorprendente. La nitidez de los contornos, la fluidez de la materia, la delicadeza del toque, se ponen al servicio de una verdadera interioridad. El joven Proust, de ojos oscuros y grandes, boca sensual, ya es más que un dandi: el ovalado perfecto de su rostro y la palidez de su tez, le proporcionan un porte grave, véase crístico. Esto explica sin lugar a dudas que dicho retrato se haya mantenido como la representación más conocida y más justa de aquel que todavía no era el autor de La Búsqueda. Proust conservó este cuadro hasta su muerte, en 1922.
El joven dandi está representado de frente, en una pose hierática (el cuadro era en su origen probablemente un retrato en pie). El contraste entre los valores muy oscuros del traje y del fondo y la encarnación del rostro y del cuello, combinados con una flor de orquídea blanca en la solapa, resulta particularmente sorprendente. La nitidez de los contornos, la fluidez de la materia, la delicadeza del toque, se ponen al servicio de una verdadera interioridad. El joven Proust, de ojos oscuros y grandes, boca sensual, ya es más que un dandi: el ovalado perfecto de su rostro y la palidez de su tez, le proporcionan un porte grave, véase crístico. Esto explica sin lugar a dudas que dicho retrato se haya mantenido como la representación más conocida y más justa de aquel que todavía no era el autor de La Búsqueda. Proust conservó este cuadro hasta su muerte, en 1922.